El rostro humano como esperanza para la bioética a propósito de Ladies of Leisure (Mujeres ligeras, 1930) de Frank Capra 

21/9/2025 Observatorio de Bioética. El cine clásico también puede iluminar la reflexión bioética. A propósito de Ladies of Leisure (1930), de Frank Capra, este artículo explora cómo el rostro humano se convierte en signo de dignidad, esperanza y transformación.

 Inspirados por pensadores como Max Picard y Simone Weil, se plantea que la bioética solo puede ser completa si incorpora la compasión activa y el reconocimiento profundo del otro, especialmente de tantas mujeres cuya dignidad ha sido vulnerada a lo largo de la historia.

Ladies of Leisure cuenta la historia de trasformación que un joven pintor y una mujer prostituida experimentan. Este cambio viene precedido por un desvelamiento de lo que el rostro de la mujer aporta por su relación con la vida, el sueño y la esperanza, como escribiera Max Picard. El hombre que llega a captarlo experimenta un cambio en su visión, siempre y cuando esté dispuesto a reconocer todo el dolor que con frecuencia han acumulado a lo largo de la historia las mujeres a las que se les ha tratado por debajo de su dignidad. Sólo cuando se escucha el dolor de las personas concretas, indica Simone Weil, nos alcanza la fuera del amor que procede de la cruz de Cristo que viene en su ayuda. El aprendizaje de la compasión es ineludible para una bioética que quiera ser completa y eficaz.

Una película con la que Capra mostró las posibilidades del cine con respecto al teatro

Ladies of Leisure (Mujeres ligeras, 1930)1 procede de la obra de teatro de Milton Herbert Gropper Ladies of the Evening (se podría traducir como Mujeres de la noche), una obra de teatro que se estrenó en Broadway entre diciembre de 1924 y mayo de 1925. Capra y el guionista Jo Swerling (1893-1964) encontraron nuevas posibilidades de contar la historia con inusitada profundidad, gracias a los recursos expresivos del cine y en particular al trabajo de los protagonistas y de Joseph Walker (1892-1985) como director de fotografía2. Este último fue el favorito de Capra para este cometido. Trabajaron veinte veces juntos. Entre ellas las cinco que Capra filmó con la protagonista de esta película Barbara Stanwyck. Esta fue la primera colaboración de Capra con la actriz y Joseph Walker. Tuvo un especial significado. 

En el audio comentario de la película para la TCM, Jeremy Arnold califica que se trata de una “película de trasformación”, especialmente de Kay Arnold, el personaje de Stanwyick, quien comienza mostrándose como la call girl (mujer prostituida) que es, y que acabará siendo una mujer enamorada, capaz de vivir su amor de modo completamente abnegado.  

En un breve resumen, la historia cuenta que un joven millonario que se dedica a la pintura, Jerry Strong (Ralph Graves), huye asqueado de la fiesta superficial que se ha organizado por sus conocidos en su lujoso ático. Mientras conduce sufre un pinchazo y cuando repara la rueda se encuentra con una joven Kay Arnold (Barbara Stanwyick) que también se escapa de una fiesta en un barco, en la que han requerido sus servicios de call girl. La lleva en el coche de regreso a Nueva York y la muchacha con inocencia le pide permiso para dormirse en su hombro. A Jerry, el rostro de Kay dormida le inspira esperanza y la contrata como modelo para poderla llevar al lienzo. La relación artística trasforma a Kay, que se enamora de Jerry, y el joven también acaba reconociendo que siente lo mismo por ella. Ante el rechazo de la familia de Jerry a aceptar que una joven de su reputación sea aceptada como su esposa, Kay intenta quitarse de en medio suicidándose, pero Jerry llega a tiempo para rescatarla y declararle que si ellos se aman lo tienen todo.

Una película que muestra el verdadero rostro que hay en las personas y su dignidad

A nosotros, sin negar que pueda ser una película de trasformación, nos parece “una película de desvelamiento”, es decir, una película que muestra el verdadero rostro que hay en las personas y que expresa su dignidad. Por eso, a lo largo del metraje, la cámara favorecida por las tomas de Joseph Walker, se detiene en la faz de Kay Arnold. Pero la primera vez en que lo hace la joven no ha experimentado ningún proceso de trasformación. Es ella misma que, cansada física y moralmente, se arriesga a reposar sobre el hombro de Jerry. Y él ve en su rostro, como en una revelación, la manifestación de la esperanza. Capra enmarca significativamente ese plano de ella entre dos fundidos. Al día siguiente Jerry escribe con mayúsculas en el mantel del desayuno de la mansión de sus padres: HOPE (esperanza). Y le explica a su madre, Mrs. John Strong (Nance 0’Neil).

Jerry: “Es una palabra muy bonita.” 

Madre: “Más que eso. Es una cosa maravillosa.” 

Jerry: “Me pregunto si puedo ponerla en un lienzo.” 

Madre: “¿Has encontrado un tema?” 

Jerry: “Anoche creo que encontré uno. Un tipo extraño de chica. Tenía una máscara como cualquiera. Pero por debajo yo creo que tenía esto.” 

Queremos incidir en que la primera vez que Jerry ve en ella la esperanza, Kay Arnold está dormida, por lo que su percepción no tiene relación con su proceso de transformación posterior. Si se nos permite la expresión, es ontológico, va gratuitamente unido a la persona de la muchacha. También, en la escena final —cuando Jerry la reanima tras su tentativa de suicidio al lanzarse por la borda de una vapor camino de La Habana— de nuevo su rostro aparece dormido y su despertar lo es a la esperanza. 

“Hay rostros de mujeres que miran desde detrás de su sueño hacia el mundo, hacia el mundo de la vigilia

Max Picard, el mismo año de la película, publicó la versión en inglés The Human Face3 del original en alemán Dans Menschen Gesicht4Allí el pensador germano suizo expresó poéticamente unos pasajes hermosos en los que une el rostro de la mujer con el nacimiento, la vida, el sueño… 

En la medida en que la mujer da a luz y desempeña el papel de madre, está relacionada con todas las criaturas que, como ella, dan a luz y crean a partir de sí mismas. La mujer se sitúa entre el mundo de las criaturas que dan a luz y este mundo de lo ya creado, es decir, el mundo consciente. Se puede pensar en la mujer como siempre en camino entre un mundo y otro: nunca está tan conscientemente aquí como el hombre. Su rostro es menos consciente que el del hombre. Es casi como un sueño.5 

Esta diferencia entre el rostro del hombre y el de la mujer hace posible un diálogo que no tiene por objeto el reparto o la distribución de las cosas de este mundo, ni mucho menos el equlibrio del poder o las ventajas económicas. Más bien se endereza a la captación del sentido más radical de las cosas. 

Hay rostros de mujeres que miran desde detrás de su sueño hacia el mundo, hacia el mundo de la vigilia. Y, por el contrario, otro, un hombre por ejemplo, puede mirar a través del estado de vigilia de una mujer hacia su sueño, y en nuestra opinión, esa es la razón por la que todas las mujeres se sienten inquietas y avergonzadas cuando las miran: porque se puede ver dentro de su sueño. El rostro de la mujer que aún duerme es tan inmóvil que muchos de sus movimientos parecen un despertar del sueño. A menudo, cuando una mujer habla en voz baja, es como si lo hiciera para no perturbar el sueño que hay en ella. Primero dirige sus palabras en voz baja al yo dormido que hay en su interior, como si quisiera probar cada palabra en su yo dormido antes de repetirla un poco más alto, y solo entonces se despierta por completo y habla como alguien despierto.6 

Picard concluye este pasaje con un alusión a una imagen tan incrustada en nuestra cultura como es la del “sueño de Adán”. 

Quizás el sueño sea más parte de la esencia de la mujer porque Dios creó a Eva a partir del sueño de Adán. Quizás, sí, quizás una «parte del sueño de Adán» se creó en la esencia de la mujer.7 

Ladies of Leisure parece ir en esta dirección poéticamente sugerida por Picard y Capra confiere una nueva dimensión a la obra de Milton Herbert Gropper. Antes de apuntar a cualquier trasformación es necesario el desvelamiento por el que rostro de la mujer es capaz de unificar la conciencia con la llamada de la vida y el sueño. Es decir, en el rostro de la mujer acontece un modo de despertarse que no niega ni nuestras raíces ni nuestra condición de seres vivos ni de seres espirituales, representativos de mundos que podemos soñar y presentir porque prolongan nuestros más profundos de deseos de amor. Es un rostro inmune a los excesos de representar la acción de la conciencia con el racionalismo materialista.

Si la bioética quiere cumplir adecuada y completamente su misión necesita apuntar a que el misterio de la vida está fundado en el amor

Si la bioética quiere cumplir adecuada y completamente su misión necesita apuntar a que el misterio de la vida está fundado en el amor, y que cada vez que se quiere reducir a las posibilidades de alterarlo mediante la utilización de poderosos recursos técnicos o económicos algo se nos desliza inexorablemente entre las manos. 

Ladies of Leisure es, por tanto, una película de desvelamiento, pero admitimos que lo es también “de transformación”. ¿Sólo la de una mujer prostituida que atisba lo que supone el verdadero amor y obra en consecuencia? No nos atrevemos a decir ni sólo, ni principalmente, porque el personaje de Jerry Strong también experimenta su propia metamorfosis, aunque de modo menos evidente. Hemos narrado la parte de la historia que propicia su encuentro: ambos se cruzan fortuitamente porque vienen huyendo. ¿De qué se alejan? De fiestas en las que las personas se degradan. ¿Cómo se llega a esto? Podemos responder: por puro aburrimiento se entregan sofisticadamente a la mutua utilización. Las cámaras no nos han mostrado la orgía de la que escapa Kay Arnold. En cambio el punto de arranque de Jerry ha sido completamente explícito. Una fiesta en uno de los áticos más altos de Nueva York en los que los asistentes buscan excentricidades que les diviertan. Los locos años veinte tocando a su fin. Hay tres iconos de este modo de extrovertirse desmesuradamente. Conviene detenerse sobre ellos. 

El primero es casi la primera escena de la cinta. Tras unos planos de los automóviles en circulación nocturna por las grandes avenidas de Nueva York, vemos que en la acera unos viandantes esquivan atemorizados las botellas que caen desde el ático de la fiesta. El plano siguiente nos muestra en lo alto del edificio a unas jovencitas alocadas riéndose de la ocurrencia. Les detiene otro joven… que no quiere que se eche a perder la bebida de este modo.

El segundo icono lo propicia un magistral Bill Standish (Lowell Sherman), en su papel de escéptico perpetuamente borracho a la caza de amoríos, que pinta con aires de grandeza las espaldas descubiertas de las jóvenes que asisten a la fiesta. Así trasforma la mujer en lienzo. En cosa. Con la mayor naturalidad. Sin conmoverse.  Y de la primera chica que vemos que se la está pintando la piel, Capra, con toda intención, no muestra su cara. Mujer sin rostro. Luego Standish seguirá con la prometida de Jerry, Claire Collins (Juliette Compton). Algún borrachillo aprovecha para deslizarle el tirante y que exhiba más de su cuerpo, insistiendo así el director en la objetualidad con la que se trata a la muchacha —un gesto con el que Claire se aproxima a lo que luego se verá en Kay Arnold—. El tercer incono, finalmente, nos lo proporciona un secundario de oro, un auténtico roba escenas como Charles Butterworth, en su primera aparición en la pantalla. Tan sólo con dos planos en los que con total seriedad agita una coctelera enorme, que resuena casi hueca. No es fácil describir mejor un homenaje a la vaciedad. 

Un modo de tratar a la mujer sin respeto parece ser el lenguaje común del que quieren escapar Kay y Jerry

Los protagonistas en sus primeras apariciones muestran determinación a la hora de querer salir de ese modo de vivir frívolo. Como hemos advertido, un tirante de Kay que con facilidad se desliza, parece el eco del de la prometida de Jerry unos minutos antes. Un modo de tratar a la mujer sin perspectivas de respeto parece ser el lenguaje común. Alterar el rumbo será un trabajo conjunto de Kay y Jerry. 

La nobleza de Jerry parece dar el primer paso. Recoge a Kay y la lleva a Nueva York en su coche. Permite que ella duerma en su hombro y ni se le pasa por la cabeza aprovechar la situación para propasarse. Al contrario, ve en ella, como ya hemos señalado, algo más profundo y que llama a la esperanza. Kay no queda indiferente. Lo explica a Dot Lamar (Marie Prevost) su compañera de piso (y andanzas) a la mañana siguiente. Ha aceptado trabajar para Jerry, que es pintor, como modelo. Está impresionada con su trato. 

Pero en el taller —el mismo ático donde se celebró la fiesta con ribetes de orgía— Jerry la trata con la profesionalidad del pintor con la modelo, mientras en Kay crece por dentro algo más. Él se muestra exigente, le quita el maquillaje de la cara, le pide que se lave, que mire hacia el cielo… en busca de la pose que le recuerde lo que la noche anterior le inspiró como esperanza. Incluso le impele a que cambie de ropa y ella se compra un vestido de mujer de la posición social a la que Jerry está acostumbrado, pero que para ella es una completa novedad. Jeremy Arnold habla de la trasformación exterior a la que acompaña otra interior. Esta tiene un primer signo cuando Kay escucha que Jerry queda por teléfono con su madre para ir a la ópera. Le surge ir también por su cuenta. Cuando se lo cuenta a su amiga, algo parece indicar que apreciar el espectáculo le ha dejado una huella de aspiración a la belleza que le va cambiando sus sentimientos y actitudes. 

Esa doble trasformación de Kay no es percibida por Jerry en un primer momento. No cae en la cuenta del cambio de vestido y sigue insistiendo en buscar una pose profesional. Será una noche en el ático bajo la luz de las estrellas cuando el joven comience su travesía. En su encuentro inicial con Kay, ella huía en una lancha de un barco de completo descontrol y Jerry la encontró bajo un cielo así a las cuatro de la mañana. Ahora en el ambiente nocturno y estrellado parece repetirse ese gesto de esperanza en la joven que ansiosamente buscaba. Jerry trabaja tan frenéticamente por plasmarlo en el lienzo que no se da cuenta de que en un momento determinado ya es de madrugada y llueve. En lugar de despachar a Kay, prepara su piso para que sea la primera mujer que pase una noche en el ático. Ella se teme que por fin pagará el peaje propio de las call girls. Y de nuevo Jerry la trata con un exquisito respeto. Ni la más mínima presión ni insinuación. Cada uno duerme en una estancia. Ella en un sofá con la lluvia chocando con la cristalera que hace de pared… mientras cierra los ojos agradecida. 

A la mañana siguiente Kay, radiante de felicidad, le prepara a Jerry el desayuno. Pero el joven actúa con la mayor frialdad, como si no viera en ella nada más que como la modelo que por fin le estaba dando lo que necesitaba. Kay se ha trasformado, pero Jerry no lo parece. Irrumpe en el ático el padre del pintor, John Strong (George Fawcet) con el propósito de que su hijo despache a la falsa modelo, estando dispuesto a beneficiarla generosamente para que lo haga sin remordimientos. El millonario la fuerza para confesar que no es una modelo sino otro tipo de mujer. Y urge a su hijo a que adelante su boda con Claire, como ellos ya han decidido. Jerry defiende su libertad y no accede a las presiones de su padre. Cuando John Strong abandona el ático, Kay quiere marcharse también. Jerry la detiene para decirle que siempre ha sabido que tipo de mujer era. Y cuando va a pronunciar la palabra propia de la mujer sometida al comercio carnal, ella le pone sus manos en los labios para que no lo haga. En ese momento el contacto sutil, casi una caricia, rompe la barrera y Jerry reconoce que está también enamorado de ella. Sin embargo, lo que lo ha provocado es que ha descubierto es algo más radical. Su completa atracción por Kay procede del milagro de esperanza que sigue habitando en el corazón de una joven tan expuesta a una vida de aparente diversión… y de tan profundo sufrimiento por ser tratada como cosa. 

Simone Weil lo describe con una penetración completa

Desde la más tierna infancia y hasta la tumba hay, en el fondo del corazón de todo ser humano, algo que, a pesar de toda la experiencia de los crímenes cometidos, sufridos y observados, espera invenciblemente que se le haga el bien y no el mal. Ante todo es eso lo que sagrado en cualquier ser humano. 

El bien es la única fuente de lo sagrado. Únicamente es sagrado el bien y lo que está relacionado con el bien.8 

La persona no es lo que proporciona este criterio. El grito de dolorosa sorpresa que infligir un mal suscita en el fondo del alma no es algo personal. No basta con atentar contra la persona y sus deseos para hacerlo brotar. Brota siempre a causa de la sensación de un contacto con la injusticia a través del dolor. Constituye siempre, tanto en el último de los hombres como en Cristo, una protesta impersonal.9 

Lo que ha trasformado a Jerry no es un capricho singular con respecto a la persona de Kay Arnold. No es que la vea bonita o atractiva. Eso ya lo sabía quizás desde el primer momento que la vio —y que ella le pidió que retirara su vista de sus piernas mientras ella se secaba al bajar de la barca—. Lo que ha cambiado la mirada de Jerry es ver en ella toda la hondura de su dolor y de su historia… y desde ahí conmoverse ante el misterio profundo de su ser único e irrepetible, de su dolor pidiendo redención por medio del amor. Segundos antes tanto su padre como él ha proferido palabras de profundo deprecio, que fácilmente traduce Simone Weil:  “«Usted no me interesa». Esta es una frase que un hombre no puede dirigir a otro hombre sin cometer crueldad y herir a la justicia.”10 Cuando Jerry se da cuenta de que al hablar así estaba traicionando su vocación más profunda de ser hombre, se arrepiente de modo radical y entonces para él también se produce la trasformación.

Conclusión: no hay aprendizaje para la bioética sin una compasión activa

Capra con Ladies of Leisure nos muestra un aprendizaje imprescindible para la Bioética: no podemos proponer las verdades sobre la vida humana si no estamos dispuestos a cultivar una compasión activa, por la que crezcamos en el reconocimiento del verdadero valor del otro. Y de una manera muy concreta no podemos apreciar lo que es el valor de la relacionalidad entre la mujer y el varón si no estamos dispuestos a dejarnos interpelar por la realidad encarnada de las mujeres, por su  único y singular, por su conexión con la vida y con la esperanza. El peso de la historia en el que tantas mujeres han experimentado una injusta omisión y silenciamiento o un sometimiento abusivo al varón sólo puede redimirse con una sobreabundancia de amor que sane estas heridas y las transforme gloriosa. La cruz de Cristo no es sólo una verdad nuclear para los creyentes, sino, como testimonia Simone Weil, un verdadero lugar de esperanza para todo corazón humano que ha experimentado el dolor. 

 

 

Gracia Prats-Arolas

Profesora e investigadora en Filosofía y Cine

Universidad Católica de Valencia

 

Jose Alfredo Peris-Cancio

Profesor e investigador en Filosofía y Cine

Miembro del Observatorio de Bioética

Universidad Católica de Valencia

 

Ficha técnica: 

Título original:«Ladies of Leisure»  (“Mujeres ligeras”). 

Año: 1930. 

Duración: 1h. 39 m. 

País: Estados Unidos 

Dirección: Frank Capra 

 

 

[1] Hay una buena versión accesible en YouTube, en versión original, sobre la que se pueden activar los subtítulos: https://www.youtube.com/watch?v=P214t-xtO6o&t=80s
Se trata de la versión hablada. Al parecer se comercializó una versión muda, que se ha perdido hasta el momento.
[2] Algo que subraya también Ramón Girona, Girona, R. (2008). Frank Capra. Cátedra: Madrid, p. 144-148.
[3] Picard, M. (1930). The Human Face. (G. Endore, Trad.) New York: Farrar & Rinehart.
[4] Picard, M. (1929). Dans Menschen Gesicht. Munchen: Delphin-Velag.
[5] Picard, M. (1930). The Human Face, cit., p. 200. Traducción nuestra.
[6] Picard, M. (1930). The Human Face, cit., p. 200-201.
[7] Picard, M. (1930). The Human Face, cit., p. 201.
[8] Weil, S. (2000). Escritos de Londres. En S. Weil, Escritos de Londres y últimas cartas (págs. 17-139). Madrid: Trotta, p. 18.
[9] Weil, S. (2000). Escritos de Londres, p. 20.
[10] Weil, S. (2000). Escritos de Londres, p. 17.